Nada se podía hacer. Ella yacía en lo profundo más oscuro de
aquella fosa.
Al soltarla y dejarla caer, él sintió como que algo se le despegaba del alma. Quiso sujetarla, pero ya era tarde. Ahora el aire y la caída eran sus dueños.
Al soltarla y dejarla caer, él sintió como que algo se le despegaba del alma. Quiso sujetarla, pero ya era tarde. Ahora el aire y la caída eran sus dueños.
Lo intentó. Lo intentó.
Se estiró hasta casi desgarrar los ligamentos de sus dedos.
Trató de meterse allí, a rescatarla, a devolverla a sus manos. Pero fue inútil.
La culpa por haberla soltado así, sin más que relajar los
músculos de sus dedos, no lo dejaría en paz.
Retrocedió varios pasos sin sacar la vista de la fosa,
elucubrando todo tipo de situaciones posteriores; de explicaciones, de excusas,
de coartadas.
Se sentó en un banco a unos diez metros de donde la vio por
última vez, cuando todavía estaba en sus brazos apretada a su pecho. Esperó
tieso allí su propia muerte...
Ni bien el hombre de uniforme la descubrió y la sacó de las
profundidades donde había sido abandonada, se supo muerto.
Ya no había vuelta
atrás.
La carta llegaría a manos de Claudia; y así, ella lo sabría
todo.
mjs
1-7-16
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