Sentado. Esperando.
La espera era de esas que provocan
cosas por dentro que no se explican con palabras, pero que cuando las decís,
las describe el cuerpo, los ojos y la sonrisa. Esa espera que desespera de
ansiedad.
Entonces para acompañar la espera
y pensar en ellas, en la espera y ella, escribía. Las palabras escritas, dicen que
son las que revelan el alma o esa fuerza que tenemos dentro y que por alguna
razón u otra no salen o salen a medias o tal vez muy desordenadas, tanto que
su finalidad se pierde en la intensidad.
Así se encontraba escribiendo lo
primero que le venía a la mente-. su contentura, sus dudas, tal vez sus culpas,
pero también, seguramente - se le notaba ahí en medio de los ojos y en cada
diente revelado por la sonrisa instalada- su felicidad; se momento de alegría
inexplicable que se vive cada tanto, que convive con otros más o menos grises,
más o menos tristes, más o menos oscuros. Sin embargo, ese momento de espera
ansiosa era de esos que iluminan cuanta luna nueva estuviese en el cielo.
Cada tanto los dedos se detenían a
pensar, porque quien se detenía era el creador de frases, entonces aprovechaba
para dirigir a mirada por la puerta entreabierta y depositarla en la reja de
entrada para ver si se asomaba. Imaginarse verla aparecer allí generaba una
sobredosis de adrenalina.
¿Cuánto hace que esperaba?
¿Importa?...
Sonrisa. Risa. Abrazo. Beso. ¿Ese
sería el orden cuando la espera falleciera? ¿Alguna palabra, tal vez, entre alguno de los anteriores? Es
muy probable que abrazo y beso fuesen dos hechos unísonos. Un abrazo con beso.
Un beso con abrazo. No era lo más importante.
Lo imprescindible era la llegada.
Esa imagen que se repetía en su imaginación pero que no salía del plano de lo
fantástico.
Las melodías que sonaban para
ocupar el espacio vacío de palabras habladas, no lograban deshacer el hechizo
de escribir en la espera; les era imposible distraer siquiera el momento
sublime de pensarlas, a la espera y a ella.
¿Cuánto hace que esperaba? ¿Quince
días? ¿Un año? ¿Importa?...
El teléfono sonó. Otras palabras
escritas, distintas a las que él escribía, confirmaban la llegada inminente. Y
fue entonces cuando el corazón se aceleró imprevistamente, inimaginablemente,
hasta ese momento. Racionalmente, pensado con posterioridad, cómo no se va a
poner a bombear sangre aceleradamente ese corazón, si en menos de cinco minutos
estaría cara a cara, sonrisa a sonrisa, beso a beso; ella se asomaría, él
miraría hacia la reja y saltaría de la silla, seguramente tropezando con algo,
para abrirle y encontrarse con quien haría que la espera ansiosa finalizara.
¿Dos minutos más? ¿Uno? ¿Importa?
Sí.
O tal vez, ya no.
Llegó.
mjs
01-02-2020