Mi día de
mañana
Mañana será un día común y corriente. Rutina de por medio, intentaré
sorprenderme con algo imprevisto. Aunque de solo pensar en hacer algo de
imprevisto, dudo que lo sea. Lo imprevisto no se piensa. Si se piensa, se ve. Y
ahí está el yeite de lo imprevisto, que no se ve con anticipación. Se ve cuando
ya está todo cocinado. Por lo tanto, mañana no va a pasar nada fuera de lo
normal. Mañana será uno de esos días, a los que me gusta llamarlos: lechuga.
Días lechuga. Porque la lechuga no dice nada. No tiene sabor. No tiene olor. De
por sí, no tiene gracia alguna. No tiene, prácticamente, sentido su existencia.
Seguro que estás pensando en una exquisita ensalada mixta. Pero si nos
ponemos en exquisitos, la lechuga es la de menos personalidad en ese rejunte de
pobres seres vivos indefensos ante la mano arrebatadora del hombre, que los
arrancó de la tierra en algún momento de su desarrollo.
Si comparamos a la verde hoja con el tomate, sale perdiendo por
goleada. El tomate tiene piel, pulpa, jugos, semillas; y a partir de todos
ellos, una infinidad de variantes culinarias que de solo pensarlas se me abre
un hambre voraz. Y eso que el tomate por tomate no me gusta, me gustan sus
variantes.
Y siguiendo en el plano de las comparaciones; si a la insípida e
impasable lechuga la enfrentamos en un juego de pros y contras versus la
cebolla, aquí ya no tenemos que hablar de goleada, si no de robo. Un choreo a
mano armada. ¡Solamente imagínese todo lo que se puede hacer con una cebolla!
No voy a entrar aquí, ya que no es lo que nos convoca, en una enumeración de
posibilidades que tiene ese bulbo para con la cocina, ni mucho menos.
Y volviendo a lo que nos convoca, mi día próximo, como ya dije, será un
día lechuga. Insípido. Nada imprevisto. ¿Alguna vez comiste una hoja de
lechuga, así solita como dios la trajo al mundo? Así será mañana. Ni ganas de
que se haga de noche tengo. De solo pensarlo me fastidio. Menos ganas tengo de
mirar mi agenda. Si la tuviera escrita, seguro que en un día lechuga no diría
nada. Por lo tanto, no vale la pena mira mi agenda.
Tal vez no haga algo imprevisto, pero puedo hacer algo previsto si lo
preveo en este momento. Si, tal vez, en vez de llevarme la vianda como de
costumbre, me compro algo en la rotisería de la esquina del laburo, deje de ser
un día lechuga. O, quizá, si en cambio de tomarme el bondi, como todas las
mañanas en la esquina de La Carroza y El Potro, sigo caminando un par de
cuadras más, hasta el quiosco de la Chola, le compro unos puchos y me subo al
colectivo ahí, a ver que onda; tal vez deje de ser una día lechuga; más
teniendo en cuenta que no fumo.
No. No me convencen... Qué sé yo... Tal vez, no me di cuenta aún y la
lechuga me gusta. No sé...
Mañana será un día común y corriente. Y está bien que así sea. Al fin y
al cabo, ¡¿a quién no le gusta una buena ensalada de lechuga?!
mjs
5/12/2011